LA VIRTUD DE PERDONAR
Decidí dejar pasar el asunto de la bicicleta. Al fin y al cabo si queria una no tenía más que comprármela y listos. Tampoco por esa tontería me iba a enfadar. Cosas de críos, pensé.
Más adelante. Ese mismo verano volví a Madrid un par de dias por un asunto que ha quedado enterrado en la memoria.
Al volver a Soria, busqué con ansia de nuevo a aquel amigo. Siempre pensé que las amistades eran para siempre. Y que esta sería una de esas personas en las que siempre se podría confiar.
No en vano entre amigos uno se lo perdona todo.
Fuí a buscarle y no lo encontré.
En la casa donde veraneaba no estaba, según sus padres me habían venido a buscarle unos amigos.
Pasé toda la tarde recorriendo el pueblo. Preguntando en los bares, preguntando a los grupos de chicos y chicas que había por doquier. Varias veces recorrí el camino hacia alguna de las fuentes del exterior del pueblo.
Acudí incluso a un terreno que unos amigos tenían en las afueras. Una especie de urbanización de casas pinariegas ya adentrada en el bosque donde, en un terreno inmenso, a veces se reunia la pandilla en la caja de un camión abandonado.
Acondicionado como escondite adolescente, tenia una alfombra raída y un par de butacones de Skay rojo de los años 70.
Allí estaban todos. Me subí a la caja y pregunté por él. Una linterna me apuntó a los ojos, deslumbrándome de tal modo que no pude saber quiénes se encontraban dentro.
Me dijeron que no estaba y me fuí.
La tarde pasó paseando como un perro perdido por el pueblo.
Anocheció y por casualidad me los encontré a todos de vuelta del escondite del camión. Incluido a él. No le dije nada. simplemente me dí la vuelta cuando me vió e hice ademán de marcharme.
Corrió tras de mí e intentó justificarse. Me juró que no se estaba escondiendo de mí. Que le habian sujetado y tapado la boca para que no dijera nada cuando pregunté por él.
Tras mucho rogar accedí a perdonar.
No en vano entre amigos uno se lo perdona todo.
- Venga, quedemos para después de cenar en la plaza.
Eso acordamos y allí aparecí después de cenar. Cansado. Roto. Cuando fuí a la plaza. Estaba sentado junto a su amigo vasco, de apellidos vascos, y Rh apropiado para dicha condición.
- Hache,tengo algo importante que contarte. ¿te acuerdas de Samia?
¡Cómo no me iba a acordar de Samia! Era la chica más guapa de toda la zona. Ella venía de zaragoza todos los veranos pero pertenecía a otra pandilla. Y era mi amor platónico. Sabía de sobra que era inaccesible porque las chicas así de guapas nunca se juntaban con los chicos tímidos y Freakies como yo. Chicos que preferían un libro a emborracharse durante las fiestas del pueblo. Él lo sabía de sobra.
- Pues estos días que estuviste en Madrid, ella preguntó por tí. Dijo que dónde estaba ese chico tan guapo que siempre iba con nosotros.
Siempre he sido tímido y soy tímido. Pero que Samia preguntara por mí. Que se fijara en mí, era algo que ni en sueños más locos podría haber esperado. Así que decidí ir a su casa a buscarla.
Casualidades de la vida, que nunca lo son, hacían que su casa estuviera justo al lado del banco de la plaza donde estábamos sentados.
Me acerqué, llamé a la puerta, y no respondió nadie.
Volví a llamar. Nada.
Cuando me dí la vuelta Samia venía hacia su casa y justo cuando pasaba a mi lado balbuceé su nombre de una manera tan suave que no se dió la más mínima cuenta ni de que estaba allí. No me oyó, abrió la puerta y desapareció dentro de la casa.
Casi de inmediato escuché unas carcajadas y miré hacia el banco. Mi amigo y su amigo. Los dos. Ambos vascos, de apellido vasco y con Rh adecuado para tal condición, tirados en el banco. Muertos de la risa.
En aquel momento comprendí.
No en vano entre amigos uno se lo perdona todo.
Pero no lo olvido. Y nunca más lo volví a ver.
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